Pensar la historia
Por Santiago José Castro Agudelo*

Escribo esta nota desde la ciudad de La Plata, Argentina, donde me encuentro cursando los primeros seminarios del Doctorado en Historia. Estos encuentros han sido reveladores no solo por sus contenidos, que incluyen el emergente enfoque decolonial, sino por las conversaciones que se detonan a partir de la interpretación que los participantes ofrecemos de las lecturas compartidas. Me ha llamado especialmente la atención la horizontalidad que se vive en la relación entre profesores y estudiantes, que no es solo del posgrado en la Facultad de Humanidades, sino en general. En ese sentido, mucho tenemos que seguir aprendiendo en Colombia.

No he podido dejar de pensar en las ciudades intermedias que hoy están en proceso de consolidación en Colombia y que enfrentan un choque muy difícil al entrar en el marco propio de las ciudades que se asumen como “modernas”. Pienso en esas frases cotidianas de tipo “pueblo pequeño, infierno grande”, que todavía recibo cuando pregunto el porqué de algún rumor sin fundamento, que termina por exagerar algún acontecimiento irrelevante. Pienso en lo que algunos consideramos falta de cultura ciudadana, pero que otros interiorizan como la reacción natural a una imposición de extraños que no conocen la cultura lugareña. Esto puede explicar la falta de legitimidad de la legalidad, y el exceso de legitimidad de la ilegalidad.

Nos pesa la narrativa histórica que desconoce a tantos, sobre todo la oficial, que hoy, a pesar de que se diga lo contrario, incluye el conjunto de informes de la Comisión de la Verdad, que se crea, lamentablemente, en el marco de un acuerdo de paz, rechazado en plebiscito por la mayoría de quienes se presentaron a votar. Así venimos y así vamos. El único acuerdo o pacto social, tal como lo llama la CEV, que logró un respaldo mayoritario en las urnas, en los sectores populares y en las élites fue, quien lo creyera hoy: el Frente Nacional. El siguiente pacto o punto de quiebre fue la Constitución Política de 1991, pero apenas la cuarta parte del electorado voto para elegir a los constituyentes aquel 9 de diciembre de 1990.  

Así vamos, porque de allí venimos, decía por ahí un amigo. Álvaro Gómez, según recordaba Roberto Camacho, alegaba que en Colombia “vivimos en gerundio”“ahí vamos mirando, resolviendo, decidiendo”. A hoy seguimos sin poder trazar un camino entre todos y, vaya paradoja, de una alianza por el cambio de origen conservador, pasamos, 24 años después, a un gobierno del cambio. En eso, queridos lectores, no hubo cambio…

Las nuevas generaciones hoy parecen haber perdido el sentido de la historia y se mueven en arenas movedizas, donde la historia apologética la ven invasiva, la nueva historia densa y en ocasiones obra de revolucionarios, los vínculos con sus raíces, con su pasado, los sienten como algo que ha perdido toda importancia, pero se niegan a ver allí una posible causa de su soledad. El nihilismo que tantos promueven, de manera muchas veces inconsciente, soporta un escenario que, de no abordarse pronto, terminará en caos. Alegar, por ejemplo, que el intento de asesinato de un alcalde en Francia y de su familia, por parte de grupos que participan de las protestas recientes, es apenas muestra de una generación que explota porque la sociedad no supo orientar sus intereses y necesidades, y optó por permitirle todo, hasta la violencia en contra de niños y niñas inocentes.

Familias, colegios y universidades tenemos un gran reto: pensar la historia. No basta con repetir la narrativa de siempre, que ya no dice nada. No puede ser insistir, sin más, en las nuevas versiones de la historia oficial. Se requiere de mucha crítica, incluso a las corrientes que se han venido aceptando y acogiendo como parte de una supuesta “evolución”, y que muchas veces esconden el factor detonante de las tragedias por venir.

* Rector del Colegio Gimnasio del Norte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario