Se acercan las elecciones regionales y es normal ver a muchos amigos y conocidos participando activamente en el apoyo a uno u otro candidato. Promesas van y vienen, discursos a veces encendidos en contra de todo y de nada a la vez, algunas propuestas concretas y otras vacías que solo giran en torno a la ilusión de los muchos, que quieren una oportunidad y salir adelante. Para nadie es un secreto que uno de los caminos para conseguir un empleo, o al menos algún ingreso, es “ganándose” la oportunidad de trabajar en el estado, con votos. Esto es algo que en colegios y universidades suele no exponerse con suficiente claridad, pero vale la pena hacerlo y denunciar su gravedad, pues atenta en contra del mérito académico.
Dávila y Leal publicaron hace más de 20 años una investigación que todos deberíamos leer, si queremos entender el trasfondo de las políticas públicas en Colombia: “Clientelismo: El sistema político y su expresión regional”. De poco o nada sirve remitirnos a las comparaciones entre politeias que hizo Aristóteles, o la reflexión sobre las leyes y la república en Platón, si no aterrizamos en el conjunto de interacciones entre ciudadanía y estado propias de la democracia colombiana. Aquí, la transacción individual, el intercambio de votos por puestos y presupuestos, la orientación de la contratación para beneficiar a uno u otro ha sido la norma. Sin embargo, algunos pretenden que las aulas se marginen del día a día de la política y la economía colombiana, ofreciendo a las nuevas generaciones lo aspiracional de la Constitución Política, pero evitando mencionar su distancia con la realidad.
Hace poco participé en una conversación donde uno de los presentes criticaba a un funcionario por cuidar cada peso que se podía gastar, alegando que a esa entidad le habían asignado importantes recursos y no debía ser tan “amarrado”. Otro de los contertulios espetó: “¡Ni que la plata fuera suya!”, insistiendo en que los recursos se debían repartir entre los amigos. No recuerdo haber escuchado una sola aproximación a la política pública, a algún propósito superior o al servicio del interés general, algo que se debe enseñar en todas las instituciones educativas, al decir del artículo 41 de nuestra carta política. ¿Qué pasa?
Pues resulta que en Colombia la idea de ser todos iguales ante la ley, tal como lo establece el artículo 13 constitucional, “no pegó”, como me recordara hace poco uno de mis estudiantes, quien fue más allá y me dijo “profe la Constitución es letra muerta, aquí cada uno hace lo que quiere”. Duro mensaje en boca de un joven de unos 14 años, pero sabia reflexión que nos debe orientar a todos a hacer las cosas de otra manera.
Los recursos públicos, por ejemplo, son de todos, no de quienes los administran. De allí que sea el pueblo, en ejercicio de su soberanía, quien elige a los gobernantes y a sus representantes para que hagan control político desde cuerpos colegiados. La frase “Ni que la plata fuera suya”, es lo que deberían tener siempre presente concejales, diputados y congresistas, no para pedir una tajada para sus facciones y amigos, sino para exigir que se invierta en asuntos que generen bienestar para todos y que sirvan al bien común. Ojalá algún día, entre todos, lo logremos.
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