Un pacto con el pacto
ALBERTO BEJARANO ÁVILA
Aún no comprendo bien por qué, en
política, se da un raro contubernio o insana convivencia entre la renuencia y
la anuencia, es decir, por qué, a toda hora, en cada tertulia y de manera casi
unánime, se oyen quejas, protestas, insatisfacciones, denuncias y hasta chistes
crueles, contra esa clase política inepta, egocéntrica y de dudosa ética, que
hizo, hace y permite que el Tolima sea territorio en regresión y sin esperanza
y que luego, una vez surgen candidatos, aflore un tsunami de alabanzas, de
méritos sofísticos y, claro está, que pulule el sambenito de que tal o cual
candidato es el predestinado. Es como un patético ruedo de gallos capones que
nos hace caer en el minúsculo politiqueo para que olvidemos que el destino
promisorio del Tolima solo es posible con una política escrita con mayúscula
para que sea constructiva, propositiva, incluyente, educativa, restauradora y
ética.
El Tolima cuenta con líderes
bienintencionados, idóneos y éticos (conozco a algunos) pero igual no entiendo
por qué carajos ellos ignoran que la cuestión no es líderes personalistas y
sabelotodo, pues eso es mesianismo reduccionista y no una expresión de
liderazgo colectivo unido alrededor de un bien pensado proyecto político para
reconstruir al Tolima. Los líderes potencialmente buenos solo serán eficaces e
históricos si evitan emular la politiquería para no contagiarse o confundir lo
funcional con lo seminal y así labrar su propio olvido, cosa que toleran y
acolitan muchas instituciones que ya se aprestan a organizar debates y foros
para preguntar majaderías, es decir, para apocar la política con una temática
casuística y no para enaltecerla exigiendo pensamiento pertinente, holístico,
profundo y transformador.
Creo que el gobierno nacional está
haciendo su parte y que, pese a la bulla de los viudos del poder, en pocos
meses el cambio ya es notorio y, por ello, podríamos pensar que las buenas
potencialidades de la política tolimense, a diferencia de los atenidos de
siempre, empezarán a hacer lo propio, es decir, iniciarán la marcha del, sin
duda, largo y azaroso camino hacia el cambio. A líderes éticos y dizque
progresistas me atrevo a decirles, como consejo no pedido, que la nueva era
tolimense es posible si entendemos que reinventar la política obliga saber que
el nuevo Tolima no surgirá del poder pírrico de narcisistas mesiánicos, un
poder a veces indignamente logrado, sino de la fuerza del pensamiento
regionalista encarnado en cientos de mujeres y hombres decididos a andar juntos
la vía de la restauración moral y económica.
Bajo este enfoque propongo a los
progresistas citar a un pleno o asamblea para tratar temas vitales, como:
repudiar la politiquería; proclamar la reinvención de la política regional para
restaurar al Tolima; rechazar influjos e imposiciones gamonalescas; aprobar un
pacto con el “pacto histórico” para avalar al nuevo movimiento creado bajo
principios regionalistas (descentralización y autonomía); elegir directiva
legitima e independiente; decidir pautas para escoger candidatos a gobernación,
alcaldías, consejos y duma departamental. Señores progresistas: para trasformar
tienen que transformarse…, ustedes tienen la palabra.
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