El agitador del 20 de
Julio
Autor: Llano Isaza, Rodrigo
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José María Carbonell |
José María Carbonell fue el gran
agitador del 20 de julio y, además, participó en otros cinco hechos
fundamentales de nuestra historia: el primer golpe de Estado, acompañó a
Antonio Nariño cuando se destituyó del poder a Jorge Tadeo Lozano y se nombró
como presidente de Cundinamarca a nuestro Precursor; en la segunda denominación
de nuestros partidos políticos, cuando se llamaron “Carracos” y “Pateadores”;
es el primer preso político de la historia republicana de Colombia, pues fue
detenido el 16 de agosto de 1810 por la caballería que comandaba el presidente
de la Junta Suprema santafereña José Miguel Pey; es el primer ministro de
hacienda del país unificado por Bolívar en diciembre de 1814; preside la Junta
Tumultuaria de San Victorino (como la llamó Pablo Morillo), primera expresión
de la rebeldía del pueblo en la conformación de nuestra nacionalidad.
Nació Carbonell en Santa Fe de Bogotá el
3 de febrero de 1779 y murió en el patíbulo de Morillo el 19 de junio de 1816,
a la edad de 37 años. Hijo de José Carbonell Rojas, español, y la santafereña
Josefa Martínez Valderrama Díaz de Arcaya, tía del célebre “Padre Manuel”,
aquel Manuel Benito de Castro; Carbonell contrajo matrimonio el 24 de febrero
de 1800 con doña Petrona López Duro y Álvarez del Casal, prima hermana de
Antonio Nariño y sobrina carnal del dictador de Cundinamarca Manuel de Bernardo
Álvarez, matrimonio que no fue feliz y terminó en divorcio y embargo por
alimentos del sueldo de don José María, en la tesorería de la Real Expedición
Botánica del Reino que dirigía el sabio naturalista gaditano José Celestino
Mutis y Bossio, empresa donde nuestro agitador desempeñaba el cargo de
amanuense.
Se educó en el Colegio de San Bartolomé
donde vistió la beca seminaria, fue tesorero y contador de hacienda de Cundinamarca,
capitán de milicias de infantería, presidente de la Junta de Represalias
ordenada por Nariño contra los federalistas, protector de naturales, ministro
del tesoro y cuatro veces detenido por sus actividades revolucionarias; tuvo la
peor muerte en el patíbulo, Morillo lo condenó a la horca, fue el único
patriota al que se le aplicó esta pena. En medio del ajusticiamiento “el
Pacificador” ordenó dispararle un tiro de mosquete, con tan mala fortuna que
sus ropas se incendiaron y terminó su vida quemado. Sus pocos bienes fueron
confiscados y rematados en pública subasta; vivía, a la hora de su muerte, a un
costado, hacia el sur, del sitio donde hoy está ubicada la Universidad Libre.
Las autoridades
españolas
A la cabeza del poder español en estas
tierras, estaba el virrey Antonio Amar y Borbón, llegado a Santa Fe, capital
del Nuevo Reino de Granada, a los 61 años, tenía 68 a la hora de la
independencia y murió, aparentemente, en Zaragoza, en 1826, cuando alcanzaba la
increíble edad de 84 años en tiempos en que la expectativa de vida al nacer
apenas si superaba los 35 años; ya no era la persona para gobernar y, menos
aún, para enfrentar una revuelta política que necesitaba una personalidad
fuerte y no a un pusilánime y débil de carácter, sometido a los ímpetus y el
amor al dinero de que hacía gala la virreina Francisca Villanova y Marco, quien
fue acusada de vender los puestos del mercado público y adelantar tráfico de
influencias con su marido, motivo por el cual el pueblo raso santafereño la
llevó a la cárcel del divorcio, la insultó y rasgó sus vestiduras. Para
protegerlos, la Junta Suprema debió inventarse una procesión a Nuestra Señora
del Tránsito, con el fin de distraer a Carbonell y a los chisperos y poder
sacar a los virreyes rumbo a Cartagena el 14 de agosto de 1810, 20 días después
de haber sido depuesto del mando.
Recordemos que en un comienzo la Suprema
nombró como presidente de la misma al hasta entonces virrey, pero lo depuso
cinco días después. El poder armado estaba en ese momento en manos de un
personaje siniestro, que cubrió de sangre nuestra geografía, de la cual habría
de ser, de mano del “Pacificador” Pablo Morillo, virrey, mando que ejercía a la
hora de la batalla de Boyacá: era Juan de Sámano de 56 años, nacido en
Santander-España y llegado a Santa Fe de Riohacha donde fue gobernador y
llevaba menos de un año en la capital del reino, el 20 de julio, como
comandante del batallón auxiliar y tenía de segundo a José María Moledo, abuelo
del regenerador Rafael Wenceslao Núñez Moledo el padre de la Constitución de
1886. Moledo y José María Baraya evitaron que Sámano atacara al pueblo o
convenciera al virrey de reprimir a los manifestantes que respondían a las
consignas de los chisperos. La otra autoridad importante era la de la Real
Audiencia, integrada por los oidores, con funciones administrativas, de control
político y administración de justicia.
Instituciones
coloniales
El virrey era la cabeza del gobierno,
por lo general militares en tiempos de los borbones que no podían casarse con
gentes de la región ni tener allí negocios; los visitadores reemplazaban a la
autoridad sujeta a la visita mientras comprobaban el correcto manejo de la cosa
pública; la Audiencia representaba el poder judicial y estaba conformada por
oidores; el Consulado, hacía el papel de Cámara de Comercio y regulaba los
negocios privados; la Inquisición, con el título de “santa” perseguía la
herejía y la brujería; el Cuerpo de Minería, tenía funciones administrativas y
judiciales en lo tocante a la producción del oro; la Junta Superior de
Hacienda, respondía por los asuntos económicos de la corona, el recaudo de
impuestos era un oficio vendible a particulares; el gobernador, mandaba en las
provincias y dependía del virrey o capitán general; el teniente de gobernador,
era el reemplazo o suplente del gobernador; el corregidor, atendía los asuntos
concernientes a los indígenas; el Cabildo, era la máxima autoridad del
municipio, tenía 12 regidores, ocho por compra del cargo y cuatro nombrados por
el rey, controlaba los recaudos y los gastos. La hacienda tenía cuatro tipos de
funcionarios: tesorero, contador, factor (almacenista) y veedor (vigilaba la
fundición de oro y plata). El municipio era manejado por: regidor, alcalde,
alférez real, alcalde de la hermandad, fiel ejecutor, receptor de penas,
escribano público, alguacil mayor, depositario general, síndico, procurador
general, Cabildo y auditor de guerra.
La economía en 1810
La bonanza que vivió la economía de
España y sus colonias en América, llegó a su fin por la invasión napoleónica en
1808. Los borbones habían hecho un gran esfuerzo para reducir la carga
impositiva que golpeaba a los granadinos. El contrabando era casi una
obligación ante las restricciones establecidas por la corona y representaba,
aproximadamente, el 15% del comercio legal, lo que permitía comprar a ingleses,
franceses y holandeses, utilizando el “camino de Jerusalén” que comenzaba en
Riohacha y llegaba hasta Mompox, utilizando el oro en polvo que también se
contrabandeaba en las minas, como sucedía con textiles, licores, calzado.
Salomón Kalmanovitz1 ha calculado que el
producto por habitante de la Nueva Granada era de 27 pesos plata contra casi 42
de México y que la Nueva Granada exportaba, para la misma época, 2 millones de
pesos plata, cuando el Perú exportaba 8 y México 18, lo que habla de la pobreza
de este reino. El cultivo de la tierra estaba limitado por los latifundios y
las propiedades eclesiásticas, que congelaban su uso y las sacaban del círculo
comercial. El Estado no invertía en educación ni infraestructura, a pesar de
ser muy costoso su mantenimiento y cargar con un montón de taras: esclavitud,
privilegios de los nobles, mantenimiento de la iglesia, el ejército y los
gremios. Muchas de las ciudades que marchaban a la vanguardia del país, colapsaron
por esta época: Tunja, Cartagena, Santa Marta, Mompox, Girón, Pamplona, Honda,
Cartago, Popayán, Santa Fe de Antioquia, Socorro y dieron paso a otras que
cambiaron el mapa del desarrollo granadino, las relaciones de poder y la
influencia política; con excepción del oro, poco más se podía exportar que
fuera atractivo para los mercados externos. Antioquia, Cauca y Cundinamarca
jalonan el crecimiento demográfico de la nación, en detrimento de la costa
Atlántica y los santanderes; las regiones más ricas, en su orden, eran: Panamá,
Bolívar, Antioquia y Cundinamarca y los últimos: Tolima, Santander y Boyacá;
las vías de comunicación eran los ríos, sobre todo el Magdalena y el Cauca, y
pare de contar, porque incluso el comercio de cabotaje en las costas era mínimo,
y el Atrato apenas comenzaba a tener importancia después de 200 años de tener
su navegación prohibida; la movilización de las personas necesitaba de
pasaporte y era vigilada, controlada y restringida por las autoridades.
El Llorente del
florero era González
Una costumbre muy española es la de
llamar a las personas por su segundo apellido, éste es el caso de don José
González Llorente, quien por el incidente del “florero” el 20 de julio de 1810,
pasó a la historia, únicamente, por el apellido de su madre: Llorente y el
florero que pudo ser el “florero de González”, quedó como “el florero de
Llorente”. En esa fecha histórica, cuando respondiendo a una solicitud de
préstamo de un florero para adornar una mesa que serviría para un homenaje al
comisionado regio, el quiteño Antonio de Villavicencio, se fue de lengua y
ofendió a los americanos con expresiones de grueso calibre; González era
gaditano y había llegado en 1779 a Cartagena, pasando luego a Santa Fe donde
contrajo matrimonio con María Dolores Ponce y Lombana, matrimonio del que hubo
siete hijos y vivía, además, con un hermano menor, su suegra y once cuñados;
tenía fama de caritativo y poseía el mejor almacén de la calle real, exportaba
quinas e importaba telas, paños, porcelanas, básculas, etc. Su agresiva actitud
del 20 de julio, provocada por un bien estudiado libreto de los revoltosos,
aprovechando que era día de mercado y la plaza estaba llena de compradores y
vendedores, ocasionó la revuelta que concluyó con la independencia de la Nueva
Granada. Ese día González debió ser llevado a la cárcel para salvarlo del
linchamiento del populacho; siguió viviendo en la capital, pero la presión
política lo hizo salir del país acompañado de su numerosa familia, y dejó como
albacea testamentario a Camilo Torres, cambiado luego por Ramón de la Infiesta;
salió por Honda y Cartagena, paró en Jamaica, donde le escribió a Fernando VII
una carta en la que consignó su versión de los hechos acontecidos en 1810, y
pasó a Cuba, y murió en la ciudad de Camagüey.
Preparación del golpe
Al iniciarse el año de 1810 era regente
Francisco Manuel Herrera, asesor Anselmo Bierna y Mazo y oidores Juan Hernández
de Alba, Manuel Martínez Mancilla, Juan Jurado, Diego Frías, Francisco Cortázar
y Joaquín Carrión y Moreno; y con el fin de reducir el poder de los criollos en
el Cabildo, el virrey Amar nombró seis regidores añales (duraban un año), todos
españoles, para que influyeran en el nombramiento de los alcaldes de primer y
segundo votos, nombramientos que recayeron en José Miguel Pey y Juan Gómez,
respectivamente. Los regidores eran Bernardo Gutiérrez, Ramón Infiesta, Vicente
Rojo, José Joaquín Álvarez, Lorenzo Marroquín y Joaquín Urdaneta. Estaba
completo el cuadro de las autoridades que acompañaban en el mando a Antonio
Amar y Borbón.
A raíz de las reuniones del 6 y 11 de
septiembre de 1809, convocadas por el virrey Amar para estudiar la situación de
Quito, se abrieron causas secretas por desafección al régimen contra José
Acevedo y Gómez, Camilo Torres, Frutos Joaquín Gutiérrez, José María del
Castillo y Rada, Gregorio Gutiérrez Moreno, Andrés Rosillo, Manuel Pombo, Tomás
Tenorio, Antonio Gallardo, Nicolás Mauricio Omaña, Pablo Plata y Luis de Ayala;
el 21 de enero se trajo preso al magistral Andrés María Rosillo y Meruelo. La
Audiencia pretendió derrocar al virrey Amar y reemplazarlo por el teniente del
rey, Blas de Soria, y le abrió causa secreta que no se siguió porque las
circunstancias señalaban el peligro que una acción de ese tipo podría
significar para la vida institucional del Nuevo Reino y su posible
desestabilización a favor de quienes conspiraban en la sombra. Luego fue el
alzamiento de Salgar, Rosillo y Cadena en los Llanos, siguió la reyerta de
Ignacio de Herrera contra el alférez real Bernardo Gutiérrez y los documentos “Memorial
de Agravios” de Camilo Torres y el “Manifiesto de un americano imparcial” de
Ignacio de Herrera. El plato estaba servido, sólo faltaba encender la mecha;
los patriotas se reunieron en el Observatorio Astronómico que dirigía Caldas y
prepararon minuciosamente el libreto que debían cumplir al día siguiente y
pusieron como chivo expiatorio a un español bocón que tenía una tienda en una
esquina de la plaza principal, don José González Llorente. Así comenzó la
historia.
Los rebeldes criollos
El papel de las mujeres fue definitivo,
no estuvieron en la primera línea de los nombramientos, pero fueron las que le
pusieron el pecho a los cañones de Sámano e impidieron que las tropas les
dispararan a los rebeldes, ellas merecen un gran monumento a las madres de la
revolución. La voz cantante de la revolución fue don José Acevedo y Gómez,
charaleño, conocido como “el Tribuno del Pueblo”, cuya casa fue protegida por
el pueblo en la noche del 19 de julio porque corrió el rumor de que unos
cuantos patriotas, encabezados por Acevedo, serían detenidos por los oidores;
él fue quien se dirigió al pueblo y sugirió los nombres que debían hacer parte
de la Junta Suprema, cuando pronunció la célebre frase “Si dejáis pasar estos
momentos de efervescencia y de calor…” El otro baluarte de los criollos fue el
militar santafereño Antonio Baraya, comprometido con el golpe y control
efectivo de las pretensiones de Sámano, y fue quien entregó el parque a los
patriotas, evitando un derramamiento de sangre; se le considera el primer militar
granadino y jugó un papel muy importante en las luchas guerreras de la primera
república.
La Bogotá de 1810
Según el autor consultado, Santa Fe de
Bogotá tenía entre 25.000 y 30.000 habitantes, la bañaban cuatro ríos: Fucha,
San Francisco, Arzobispo y San Agustín, dos quebradas, Las Delicias y La Vieja;
y cuatro chorros, Belén, Fiscal, Botellas y Padilla. Apenas se estaban
terminando las obras de reconstrucción por el terremoto del 16 de junio de 1805
que destruyó el 25% de la ciudad, que tenía unas 200 manzanas en las que
abundaban los perros, no había acueducto ni alcantarillado y estaban divididas
en ocho barrios, cada uno con su alcalde2, así: La Catedral, del Príncipe, del
Palacio, San Jorge, Las Nieves Oriental, Las Nieves Occidental, San Victorino y
Santa Bárbara; con el tiempo, los dos primeros tomaron el nombre de La
Candelaria. No existían barrios linajudos, pero la gente de algún dinero se
concentraba en la Calle Real, la única con construcciones de dos pisos, al pie
de la plaza de las hierbas (actual parque de Santander) o cerca de la plaza
mayor.
En la plaza principal había una fuente
con una figura que se pretendió fuera san Juan Bautista, pero que la gente
llamó “el mono de la pila”, quitado años más tarde para colocar a Bolívar y
llevado al hoy Museo de Arte Colonial; la unidad monetaria era el castellano de
oro y el peso dividido en ocho reales. Además, había onzas, escudos y doblones.
En la construcción, la madera reemplazó a la piedra y el adobe a la tapia
pisada. El vehículo de movilización era el caballo; la biblioteca pública
contaba con más de 20.000 volúmenes, muchos de ellos verdaderos incunables
producto del decomiso a los jesuitas. Se destacaba mucha gente culta y había
varias tertulias literarias, como la Eutropélica de Manuel del Socorro
Rodríguez, la del Buen Gusto de Manuela Santamaría de Manrique y la de Antonio
Nariño. Los dominicos regentaban la Universidad Tomística, los jesuitas la
Academia Javeriana y el Colegio de San Bartolomé (hasta 1767 cuando se produjo
la “Pragmática Sanción” de Carlos III), los agustinos el colegio San Nicolás
Bari, los seculares el Colegio Mayor del Rosario y las monjas de La Enseñanza
el primer colegio femenino fundado en Latinoamérica. Las gentes se divertían
fumando tabaco y jugando naipes; la bebida tradicional era el chocolate,
cambiado por el café cuando llegó la Legión Británica; casi el 60% de la
población estaba formado por mujeres; la ciudad la resguardaban muy pocas
tropas, tenía dos mil casas y contaba con 28 iglesias.
La junta tumultuaria
de San Victorino
El 21 de julio de 1810, a las cinco de
la tarde, don José María Carbonell sentó el precedente revolucionario más
importante de nuestra historia, desconoció a la Junta Suprema y estableció en
un local del barrio San Victorino una Junta Popular que Morillo llamó
“Tumultuaria”. Carbonell fue elegido presidente, el procurador Eduardo Pontón
vicepresidente y los vocales fueron Ignacio de Herrera y Vergara, Manuel
García, Juan José Monsalve, Antonio Ricaurte y Lozano, Manuel Posse, Domingo
Rosas y Francisco Javier Gómez. Por primera vez el pueblo de Santa Fe elegía
libre y soberanamente a sus conductores. Esta Junta se movilizó por las calles
de la ciudad e impuso su ley durante 25 días. Infortunadamente careció de la
conciencia política y la organización que le pudieran haber asegurado el
triunfo.
¿Revolución o
independencia?
¿El 20 de julio se produjo la
independencia de la Nueva Granada o fue apenas un hecho revolucionario sin
mayor significación? ni lo uno ni lo otro. En el primer momento, lo que el
patriciado quería era tener mayor acceso al poder, sólo Carbonell habló de
independencia y de financiarla con los bienes de la iglesia, pero nadie le paró
bolas y a la cabeza de la Junta se nombró al virrey Amar. El 20 de julio, como
en todos los movimientos ocurridos en el resto del continente, los criollos
desplazaron a los españoles del mando, pero sin pretender la independencia de
España, aunque los hechos y el papel jugado, tanto por la masonería como por
las sociedades económicas de amigos del país, las teorías de la independencia
norteamericana y la revolución francesa, y la formación de dirigentes en la
Real Expedición Botánica del Reino, como la misma reacción de la corona
española, obligaron a declarar la independencia absoluta.
Los grandes ausentes
Dos personajes fueron los grandes
ausentes de las jornadas del 20 de julio de 1810: Antonio Nariño y Álvarez y
Francisco José de Caldas. Nariño no estaba en la capital, había llegado preso a
Cartagena el 2 de enero de 1810 (había sido detenido en Santa Fe el 23 de
noviembre de 1809) y sólo vino a salir por las gestiones del comisionado regio
Antonio de Villavicencio y fue acogido en la casa de Enrique Samoyar Griselli y
Gómez, donde se recuperó; desde allí alzó su pluma para refutar a Cartagena su
propuesta de hacer el Congreso del reino en Medellín, en un escrito que llevó
por título “Consideraciones sobre los inconvenientes de alterar la convocatoria
hecha por la ciudad de Santa Fe en 29 de julio de 1810”; le dio permiso a su hijo
Vicente para contraer matrimonio con la antioqueña Eugenia Salazar y Morales y
sólo el 20 de octubre de 1810 pudo iniciar camino hacia Santa Fe, donde lo
esperaban el cariño del pueblo y las nuevas responsabilidades en las que
dejaría su impronta de líder.
El otro ausente de los hechos revolucionarios del 20 de julio fue Caldas, no obstante que estaba en la ciudad, que había prestado su “oficina” del Observatorio para que se planeara el golpe, que fue quien pasó por la tienda de González Llorente en los momentos previos al comienzo de la trifulca, sin embargo, debió esconderse en el último retrete del Observatorio porque no participó en el cabildo abierto, no firmó el acta de independencia, ni hizo presencia entre las nuevas autoridades nombradas ese día; de acuerdo con su propio testimonio, en carta a su esposa, le contó que había preferido marginarse de los hechos. ¿Cuál fue la razón de su actitud?, ésta es una de las incógnitas históricas del momento.
El otro ausente de los hechos revolucionarios del 20 de julio fue Caldas, no obstante que estaba en la ciudad, que había prestado su “oficina” del Observatorio para que se planeara el golpe, que fue quien pasó por la tienda de González Llorente en los momentos previos al comienzo de la trifulca, sin embargo, debió esconderse en el último retrete del Observatorio porque no participó en el cabildo abierto, no firmó el acta de independencia, ni hizo presencia entre las nuevas autoridades nombradas ese día; de acuerdo con su propio testimonio, en carta a su esposa, le contó que había preferido marginarse de los hechos. ¿Cuál fue la razón de su actitud?, ésta es una de las incógnitas históricas del momento.
Acta de
Independencia (Extracto)
Cabildo extraordinario del 20 de Julio de 1810
Cabildo extraordinario del 20 de Julio de 1810
En la ciudad de Santa fe, a veinte de
julio de mil ochocientos diez, y hora de las seis de la tarde, se presentaron
los señores muy ilustre cabildo, en calidad de extraordinario, en virtud de
haberse juntado el pueblo en la plaza pública y proclamado por su diputado el
señor regidor don José Acevedo y Gómez, para que le propusiese los vocales en
quienes el mismo pueblo iba a depositar el supremo gobierno del Reino; y
habiendo hecho presente dicho señor regidor que era necesario contar con la
autoridad actual jefe, el excelentísimo Señor don Antonio Amar, se mandó una
diputación compuesta del señor contador de la Real casa de la Moneda, don
Manuel de Pombo y don Luis Rubio, vecinos, a dicho señor excelentísimo,
haciéndole presente las solicitudes justas y arregladas de este pueblo, y
pidiéndole para su seguridad y ocurrencias del día de hoy, pusiese a
disposición de este cuerpo las armas, mandando por lo pronto una compañía para
resguardo de las casas capitulares, comandada por el capitán don Antonio
Baraya. Impuesto su excelencia de las solicitudes del pueblo, se prestó con la
mayor franqueza a ellas. En seguida se manifestó al mismo pueblo la lista de
los sujetos que había proclamado anteriormente, para que unidos a los miembros
legítimos de este cuerpo […] se deposite en toda la junta el gobierno supremo
de este reino interinamente, mientras la misma junta forma la constitución que
afiance la felicidad pública, contando con las nobles provincias, a las que en
el instante se les pedirán sus diputados, formando este cuerpo el reglamento
para las elecciones en dichas provincias; y tanto éste como la constitución de
gobierno deberán formarse sobre las bases de libertad, independencia respectiva
de ellas, ligadas únicamente por un sistema federativo, cuya representación
deberá residir en esta capital, para que vele por la seguridad de la Nueva
Granada que protesta no abdicar los derechos imprescriptibles de la soberanía
del pueblo a otra persona que, a la de su augusto y desgraciado monarca don
Fernando VII, siempre que venga a reinar entre nosotros, quedando por ahora
sujeto este nuevo gobierno a la Suprema junta de Regencia, ínterin exista en la
Península, y sobre la Constitución que le dé el pueblo, y en los términos
dichos, y después de haberle exhortado el señor regidor su diputado a que
guardase la inviolabilidad de las personas de los europeos en el momento de
esta fatal crisis, porque de la recíproca unión de los americanos y los
europeos, debe resultar la felicidad pública, protestando que el nuevo gobierno
castigará a los delincuentes conforme a las leyes, concluyó recomendado muy
particularmente al pueblo la persona del excelentísimo señor don Antonio Amar;
respondió el pueblo con las señales de la mayor complacencia, aprobando cuanto
expuso su diputado. Y en seguida se leyó la lista de las personas elegidas y
proclamadas, en quienes, con el ilustre cabildo, ha depositado el gobierno
supremo del reino, y fueron los señores.
Doctor don Juan Bautista Pey, arcediano
de esta santa iglesia catedral, don José Sanz de Santamaría, tesorero de esta
real Casa de la moneda, don Manuel de Pombo, contador de la misma, doctor don
Camilo Torres; don Luis Caicedo y Flórez; doctor don Miguel de Pombo, don
Francisco Morales; doctor don Pedro Groot; doctor don Fruto Gutiérrez; doctor
don José Miguel Pey, alcalde ordinario de primer voto; don Juan Gómez, de
segundo, doctor don Luis Azuola; doctor don Manuel Álvarez; doctor don Ignacio
Herrera, don Joaquín Camacho, doctor don Emigdio Benítez, el capitán don
Antonio Baraya, teniente coronel José María Moledo; el reverendo padre Fray
Diego Padilla, don Sinforoso Mutis; doctor Francisco Serrano Gómez; don José
Martín París, administrador principal de tabacos; doctor don Antonio Morales;
doctor don Nicolás Mauricio Omaña.
En este estado proclamó el pueblo con viva y aclamaciones a favor de todos los nombrados, y notando la moderación de su diputado el expresado señor regidor don José Acevedo, dijo que debía ser primero de los vocales, y en seguida nombró también de tal vocal al señor magistral doctor don Andrés Rosillo, aclamando su libertad, como lo ha hecho en toda la tarde, y protestando ir en este momento a sacarle de la prisión en que se halla. […]
En este estado proclamó el pueblo con viva y aclamaciones a favor de todos los nombrados, y notando la moderación de su diputado el expresado señor regidor don José Acevedo, dijo que debía ser primero de los vocales, y en seguida nombró también de tal vocal al señor magistral doctor don Andrés Rosillo, aclamando su libertad, como lo ha hecho en toda la tarde, y protestando ir en este momento a sacarle de la prisión en que se halla. […]
Juramos por el Dios que existe en los
cielos y cuya imagen está presente y cuyas sagradas y adorables máximas
contiene este libro, cumplir religiosamente la constitución y voluntad del
pueblo expresada en esta acta, acerca de la forma del gobierno provisional que
han instalado: derramar hasta la última gota de nuestra sangre por defender
nuestra sagrada religión católica, apostólica, romana, nuestro amado monarca
Fernando VII y la libertad de la patria; conservar la libertad e independencia
de este Reino en los términos acordados; trabajar con infatigable celo para
formar la Constitución bajo los puntos acordados, y en una palabra, cuanto
conduzca a la felicidad de la patria. […]
[Firmantes]
Juan Jurado, doctor José Miguel Pey,
Juan Gómez, Juan Bautista Pey, José María Domínguez de Castillo, José Ortega,
Fernando de Benjumea, José Acevedo y Gómez, Francisco Fernández Heredia
Suescún, doctor Ignacio de Herrera, Nepomuceno Rodríguez de Lago, Joaquín
Camacho, José de Leyva, Rafael Córdova, José María Moledo, Antonio Baraya,
Manuel Bernardo Álvarez, Pedro Groot, Manuel de Pombo, José Sanz de Santamaría,
fray Juan Antonio González, guardián de San Francisco; Nicolás Mauricio de
Omaña, Pablo Plata, Emigdio Benítez Plata, Frutos Joaquín Gutiérrez de
Caviedes, Camilo Torres, doctor Santiago Torres y Peña, Francisco Javier
Serrano Gómez de la Parra, Celi de Albear, fray Mariano Garnica, fray José
Cavaría, Nicolás Cuervo, Antonio Ignacio Gallardo, rector del Rosario; doctor
José Ignacio Pescador, Antonio Morales, José Ignacio Álvarez, Sinforoso Mutis,
Manuel Pardo.
Las firmas que faltan en esta Acta, y están en el cuaderno de la Suprema Junta, son las siguientes: Luis Sarmiento, José María Carbonell, doctor Vicente de la Rocha, José Antonio Amaya Plata, Miguel Rosillo y Meruelo, José Martín París, Gregorio José Martínez Portillo, Juan María Pardo, José María León, doctor Miguel de Pombo, Luis Eduardo de Azuola, doctor Juan Nepomuceno Azuero Plata, doctor Julián Joaquín de la Rocha, Juan Manuel Ramírez, Juan José Mutienx. Ante mí, Eugenio Martín Melendro.
Las firmas que faltan en esta Acta, y están en el cuaderno de la Suprema Junta, son las siguientes: Luis Sarmiento, José María Carbonell, doctor Vicente de la Rocha, José Antonio Amaya Plata, Miguel Rosillo y Meruelo, José Martín París, Gregorio José Martínez Portillo, Juan María Pardo, José María León, doctor Miguel de Pombo, Luis Eduardo de Azuola, doctor Juan Nepomuceno Azuero Plata, doctor Julián Joaquín de la Rocha, Juan Manuel Ramírez, Juan José Mutienx. Ante mí, Eugenio Martín Melendro.
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